top of page

Encuentros

  • Foto del escritor: LUCIANA MAURO
    LUCIANA MAURO
  • 11 feb 2015
  • 4 Min. de lectura

Por Luciana P. Mauro

¿Encontraría a la Maga?

Tantas veces repetí la pregunta sin poder avanzar en la respuesta.

Sin pasar de los primeros capítulos.

La vorágine de la ciudad, la monotonía de las horas, la rutina agobiante de “cumplir con lo que debía”…

No lograba concentrarme, hasta el día de hoy.

Hoy sí.

Hoy sí me siento frente a las letras Cortazarianas con el sueño de surcar las páginas de esta Rayuela de una edición cualquiera.

Sola en la terraza de un bar parisino con el sol iluminando cada página y un café que bebo sorbo a sorbo, mientras pienso en que un encuentro casual sería lo menos casual en mi vida.

La Maga y Horacio en empatía con mi propia historia… y de repente la voz salió de mi interior:

- “A lo mejor tuve miedo de que leyera en tu mano alguna verdad sobre mí porque fuiste siempre un espejo terrible, una espantosa máquina de repeticiones, y lo que llamamos amarnos fue quizá que yo estaba de pie delante de vos, con una flor amarilla en la mano y vos sostenías dos velas verdes y el tiempo soplaba contra nuestras caras una lenta lluvia de renuncias y despedidas y tickets de metro”.

Al terminar de leer el párrafo el señor que estaba sentado a mi lado, bajo su periódico y perdido en el humo de su cigarrillo me dijo:

- Esa es una de mis partes preferidas.

Miré para ambos lados para corroborar que estuviera hablando conmigo.

- ¿Me lo dice a mí? – pregunté con asombro.

- Sí, es una de mis partes preferidas de Rayuela, esa y una que dice… Era siempre yo y mi vida, yo con mi vida frente a la vida de los otros.

Terminó su frase con los ojos cerrados y exhalando aquella última pitada de un cigarrillo que moría.

Era un hombre alto, buen mozo, con barba, entrado en años, pero su voz… su voz se clavó en mi pecho haciendo que mi corazón acelerara su paso.

Inmediatamente busque otra frase subrayada. Me gusta subrayar y hacer anotaciones al margen.

Había una que decía “yo”:

- “Valía más renunciar, porque la renuncia a la acción era la protesta misma y no su máscara”.

No esperó ni un segundo. No dio su opinión esta vez, solo dijo:

- Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio.

Parecía un duelo. La diferencia estaba en que yo leía y él tenía todo en su memoria.

Nadie se había sentado a nuestro alrededor, ni siquiera el mozo vino a preguntar si se nos ofrecía algo. No me detuve en aquella extrañeza.

Seguí leyendo. Di por finalizada la no - conversación.

Él volvió a hundir su cara en el periódico y prendió el tercer cigarrillo.

No podía concentrarme.

Bebí un sorbo de aquel café que ya estaba frío y ahí fue cuando noté el paso del tiempo.

Volví mi mirada al libro y aquella voz interrumpía por segunda vez.

- La novela que nos interesa no es la que va colocando los personajes en la situación, sino la que instala la situación en los personajes.

Y volvió a zambullir su cabeza en aquel periódico que curiosamente jamás pasaba de página.

Lo miré sorprendida y hasta podría decir furiosa por la interrupción.

- Capítulo ciento quince – agregó sin mirarme.

Recorrí el libro hasta comprobar que allí estaba. Textual.

Me había declarado la guerra y para colmo iba ganando.

Queriendo hacerme la intelectual dije, esta vez sin leer:

- “Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos” – dejando abierto el desafío a respuesta. Sintiéndome de igual a igual.

Con una sonrisa cálida y pequeña, casi inexistente, respondió:

- Esa la saben todos. Dentro de poco sale en los sobrecitos de azúcar. –

Mientras metía la mano en su saco y sacaba un pañuelo, hace cuanto que no veía yo un pañuelo de tela como los que llevaba mi abuelo. Luego se quitó los anteojos y los limpió con parsimonia. El gesto de su rostro era de victoria. Yo podía estar tirada en el cuadrilátero pero eso no había sido un knock-out.

Tuve que buscar, no sabía otra de memoria.

- “Sentados en un café reconstruían minuciosamente los itinerarios, los bruscos cambios, procurando explicarlos telepáticamente, procesando siempre, y sin embargo se habían encontrado en pleno laberinto de calles, casi siempre acababan por encontrarse y se reían como locos, seguros de un poder que los enriquecía.”

Respiré hondo al mismo tiempo que terminé de leer y me quede en silencio, recordando a aquel amor que había dejado en Buenos Aires. Esa Buenos Aires tan distinta de Paris y tan igual a la vez. Esa Buenos Aires que extrañaba más que nunca…

- Siempre se extraña Buenos Aires…

Sus palabras tenían la misma melancolía que mis pensamientos y ya nada me resultaba extraño.

Miró su reloj, cerró el periódico, apagó el cigarrillo por la mitad, se paró y se acercó a mí.

- Cuántas palabras, cuántas nomenclaturas para un mismo desconcierto. - dijo casi con lágrimas en los ojos.

- Parece que usted y yo andamos atrayéndonos y rechazándonos como hace falta si no se quiere que el amor termine en cromo o en romanza sin palabras. Pero el amor… El amor, mi querido amigo, esa palabra…

Y el silencio bastó para enmudecer.

Con su periódico bajo el brazo y haciendo un gesto que me consagraba como ganadora de aquel duelo intelectual, se fue caminando lento hasta que se perdió en la confusión que trae el atardecer cuando va cayendo.

Su cara no dejaba de parecerme familiar y cuando el mozo se acercó por fin, le pregunté en mi deficiente francés si conocía al señor que se había sentado en la mesa de al lado y que compartió la tarde conmigo.

Su cara de sorpresa y confusión era más que la respuesta que necesitaba.

Había sido él. Nadie más que él recordaría de memoria aquellas letras…

Yo también me fui caminando lento y me perdí en el atardecer.

Sé que un día llegué a París, sé que tuve un tiempo viviendo de prestado, haciendo lo que otros hacen y viendo lo que otros ven. Sé que estaba en un café de la rue DU Cherche Midi y que hablamos…


 
 
 

Comentarios


Featured Review
Vuelve pronto
Una vez que se publiquen entradas, las verás aquí.
Tag Cloud
bottom of page