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El tiempo que el Ciclón se llevó - fragmento

  • Luciana P. Mauro
  • 13 feb 2016
  • 4 Min. de lectura

Todos nos cuentan historias sobre el pasado. Nuestros padres, nuestros abuelos y el que tiene la suerte de tenerlos, nuestros bisabuelos. Pero ninguno de nosotros, los que vivimos hoy, podemos ser testigos de las mismas.

San Lorenzo de Almagro es mi club. Mi pasión. Si habré escuchado historias sobre mi ciclón. Cada una narrada con un sentimiento distinto que no se puede transmitir.

Una tarde de domingo fui a conocer la iglesia de San Antonio. Quería ver el retrato del cura Lorenzo Massa, el hincha de San Lorenzo sabe a quien me refiero, es el curita fundador del club.

Me dirigí al antiguo confesionario, dude si su uso estaba vigente, pero la curiosidad me llevó a entrar. Estaba vacío, quise salir. Forceje la puerta pero fue imposible, el antiquísimo picaporte estaba trabado. Una luz me encandiló, por fin habían escuchado mis gritos.

Nadie se acercó. Intente desganada abrir nuevamente la puerta y por arte de magia lo logré, todo era extraño, salí de la iglesia rumbo a casa. Choqué con un baldío, no recordaba haberlo visto antes,

  • Seguro me confundí de puerta - pensé, y seguí caminando.

Chacras, sembrados, lomas. No comprendía. Comencé a llorar, me di cuenta que era otra ciudad. No sabía qué hacer ni a donde ir.

Un fuerte golpe en la cabeza me tumbó, luego de un largo tiempo o por lo menos eso creía, comencé a sentir voces:

  • la matamos, sabía que esto iba a pasar algún día.

  • callate queres y apantallála.

Logré ponerme de pie y un muchacho me ofreció su mano para ayudarme

- Estas bien, te llevamos al hospital - . Dijo

Yo no sabía quien era él, ni donde me encontraba yo.

  • ¿Dónde estoy? – pregunté confundida

  • En la calle 33 entre México y Agrelo

No comprendía nada, así que continué interrogándolo.

  • ¿Vos quién sos?

Él, muy orgulloso de sí mismo, me dijo:

- Me llamo Federico Monti y juego de centrahalf y el es Luis Gianella el que te pegó con la pelota.

Con una expresión de rabia, me acerque a Gianella y le dije

- ¿Quién te pensás que sos, Maradona, pateando de esa forma?

Ellos se miraron y Federico Monti, líder de ese grupo de pibes, respondió - ¿Quién es Maradona?

  • - ¡No conocés a Maradona! - pregunté asombrada. - ¿En qué mundo vivís? – Proseguí -

  • - Es el mejor jugador del mundo desde que lo descubrieron en Villa Fiorito.

Mi asombro fue mayor cuando descubrí que ellos realmente no conocían a Maradona. El nombre de ese chico Monti me sonaba, pero no sabía de donde. Mientras yo trataba de recordar, él mandaba a sus amigos a pedir una contribución. Yo no fui la excepción, busque en mi cartera y encontré una moneda de cincuenta centavos y se las di. Me miraron durante unos instantes, luego rieron y me devolvieron la moneda.

  • - ¡Qué buena broma! Una moneda del año 1995.

No le encontraba la gracia, hasta que me dijeron que era imposible, ya que estábamos en 1907.

Atiné a reírme y luego me desmayé en los brazos de Gianella, quien me llevó dentro del oratorio de San Antonio.

Oía voces otra vez. La que más resonaba era la de Luis que gritaba

- Padre, padre, ayúdenos, esta vez sí la matamos.

Eso fue lo último que escuche. Al despertar me encontraba en una cama y a mí alrededor, todos los muchachos y un cura.

Me incorporé lentamente, el sacerdote me preguntó si me sentía bien, afirmé con la cabeza

  • -¿Qué año es? - Pregunté con poca voz.

  • - 1907 querida ¿seguro que te encuentras bien? - Reiteró el pobre sacerdote.

No lo podía creer ¿qué había pasado? Sabía muy bien que no estaba soñando

El curita me consiguió un vestido más acorde a la época y me cambié.

Sin comprender demasiado, fui hacia una cocina donde me esperaba un rico café con leche.

Los muchachos ya no se encontraban allí. El cura había salido a la puerta y yo lo acompañe, quería decirle la verdad. En ese mismo momento el tranvía 27 golpea a uno de los muchachos, que habían retomado el juego interrumpido por mis desmayos.

Gracias a Dios no fue grave, el cura se acercó a Gianella y le preguntó quien era el jefe de la barra. Estaba preocupado y no era para menos, si no hubiese sido por la eficacia del conductor, Juan Abondanza hubiese muerto.

No supe bien de que hablaron Federico y el curita. Lo que si sé, es que los muchachos no jugaron más en la calle. Ahora los partidos se hacían dentro de la parroquia.

Cuando nos quedamos a solas con el sacerdote, caí en la cuenta de que nunca le había preguntado su nombre. Lorenzo Massa, respondió. Quedé perpleja. Fue ahí cuando comprendí todo. Ese curita pronto sería el creador de un club, de mi pasión.

¡Era maravilloso! Estaba viviendo la creación de San Lorenzo.

Unos meses después, los muchachos le pidieron prestada, al padre Lorenzo, un aula del oratorio para hacer la primera asamblea del club.

Antonio Scaramusso me invitó a participar. No era común que una señorita estuviera presente en esas reuniones de hombres, pero yo les caía bien.

Era abril de 1908 y Luis Manera nos leía el acta que comenzaba diciendo:

“Buenos Aires 1 de abril de 1908 reunidos en Asamblea los integrantes del club Los forzosos de Almagro...” y como un resorte saltó el padre Lorenzo. El nombre no le gustaba y solo rió, ante las explicaciones de Scaramuso. Muchos títulos surgieron, “El invencible”, “Cestos y canastas” y otros. Yo no opiné, sabía que ellos lo encontrarían. Federico no quería saber nada con el cambio, pero Gianella propuso llamarlo Lorenzo Masa. por la ayuda que éste les había brindado. Cada vez estaban más cerca.

Entre tires y aflojes todos aceptaron, se llamaría San Lorenzo de Almagro.

Comencé a llorar de emoción, a cuantos de los del futuro les hubiese gustado estar en mi lugar.

El padre Lorenzo les regaló unas camisetas nuevas de color azul y rojo, me sentía orgullosa al ver mis colores.

La comisión directiva quedó conformada por Antonio Scaramusso como presidente, Luis Manera secretario, Federico Monti siguió con su cargo de tesorero, los vocales eran todos los jugadores ¿Y yo? Yo fui la primera socia mujer del club.

Esa noche, Federico, me invitó a cenar a su casa y sus padres se ofrecieron a darme hospedaje allí. Acepté, el pobre curita no podía seguir durmiendo en el suelo por mi culpa. Desde ese día la casa de los Monti pasó a ser mi nuevo hogar.


 
 
 

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